Te escribo mientras toco mi cuerpo entrecortado y lleno de cicatrices que hablan solo de
verdades. Aquí, en mi ocaso, me divierto con la idea de tu cuerpo bañado en mi sudor
y el mio en tu saliba. ¿Pudor? No hay esta noche.
A estas alturas de nuestro cuento ¿qué canción podría ajustarse a tu medida, a tu cuerpo,
a la talla de tu pantalón, a los limites ocasionales que derivan de cada uno de los besos
que te he soñado?
Entre mis piernas, y, ocasionalmente, en cada uno de mis nudillos, suelo encontrarme con tu
aroma. Ese que me despierta por las noches recordando cosas que no han pasado.
-¿Es posible?
-Qué? -preguntas-
-Que los sueños sean tan vívidos al grado de saber a qué sabe tu piel.
-Idiota
-Es que tú no sabes a lo que sabes -y me fui...
Las horas van pasando lentamente en mi celda de lujurias. Erectos los sentidos comienzo
a acariciar tu piel, esa que nunca me has prestado. En sueños, suelo ver mi cuerpo
desnudo ante tu incesante mirada. En vida, suele ser mi alma la que gusta del vouyerismo
que practicas al verme crecer. Somos todo y no damos nada a cambio.
Existe una gran diferencia entre aquello que somos y aquello que proyectamos, en ese sentido, ¿estaré enamorado de ti o de tu imagen? ¿Te conozco? ¿Me conoces? ¿Somos alguien?
Sí, sigo aquí atónito ante la temporalidad del destino. No actúo, observo. No creo sensaciones, solo observo. Observo y te miento como si en realidad te pudiera mentir. ¿A ti?
La vida, entonces, sigue siendo un simulacro de todas aquellas cosas que fascinan mis pasiones. Vivo una parodia de mi poesía, una mala piratería de mi fotografía, una copia con rayones de mis más profundos sueños. Somos eso, mentiras caminantes, viajantes incesantes de una historia que no nos ve partir. Eso somos, inmortales, viajeros sin destino. No contamos nuestra historia, la encarnamos. No le damos vida a nadie, ni a nosotros mismos. Somos incoherencias con forma de humano. Incoherencias más coherentes que cualquier otra masa humana sin sentido. Somos dios.
Somos sexo, y aquí estamos. Sin darnos nada más que palabras de aliento. Sin besos, sin caricias, sin todo aquello que construye pedacitos de historia. Mientras, aquí seguimos esperando. Ante luces que no proyectan a lo eterno.
Somos destino. ¿Estamos destinados?
A ti...
verdades. Aquí, en mi ocaso, me divierto con la idea de tu cuerpo bañado en mi sudor
y el mio en tu saliba. ¿Pudor? No hay esta noche.
A estas alturas de nuestro cuento ¿qué canción podría ajustarse a tu medida, a tu cuerpo,
a la talla de tu pantalón, a los limites ocasionales que derivan de cada uno de los besos
que te he soñado?
Entre mis piernas, y, ocasionalmente, en cada uno de mis nudillos, suelo encontrarme con tu
aroma. Ese que me despierta por las noches recordando cosas que no han pasado.
-¿Es posible?
-Qué? -preguntas-
-Que los sueños sean tan vívidos al grado de saber a qué sabe tu piel.
-Idiota
-Es que tú no sabes a lo que sabes -y me fui...
Las horas van pasando lentamente en mi celda de lujurias. Erectos los sentidos comienzo
a acariciar tu piel, esa que nunca me has prestado. En sueños, suelo ver mi cuerpo
desnudo ante tu incesante mirada. En vida, suele ser mi alma la que gusta del vouyerismo
que practicas al verme crecer. Somos todo y no damos nada a cambio.
Existe una gran diferencia entre aquello que somos y aquello que proyectamos, en ese sentido, ¿estaré enamorado de ti o de tu imagen? ¿Te conozco? ¿Me conoces? ¿Somos alguien?
Sí, sigo aquí atónito ante la temporalidad del destino. No actúo, observo. No creo sensaciones, solo observo. Observo y te miento como si en realidad te pudiera mentir. ¿A ti?
La vida, entonces, sigue siendo un simulacro de todas aquellas cosas que fascinan mis pasiones. Vivo una parodia de mi poesía, una mala piratería de mi fotografía, una copia con rayones de mis más profundos sueños. Somos eso, mentiras caminantes, viajantes incesantes de una historia que no nos ve partir. Eso somos, inmortales, viajeros sin destino. No contamos nuestra historia, la encarnamos. No le damos vida a nadie, ni a nosotros mismos. Somos incoherencias con forma de humano. Incoherencias más coherentes que cualquier otra masa humana sin sentido. Somos dios.
Somos sexo, y aquí estamos. Sin darnos nada más que palabras de aliento. Sin besos, sin caricias, sin todo aquello que construye pedacitos de historia. Mientras, aquí seguimos esperando. Ante luces que no proyectan a lo eterno.
Somos destino. ¿Estamos destinados?
A ti...